El hombre como soporte de los valores
Ha sido una constante en buena parte de la historia del pensamiento
ético-filosófico occidental la afirmación de que el hombre es la fuente
de los valores. Esto significa que el ser del valor está en la raíz
del hombre mismo, ya que, más allá de si éstos son subjetivos
u objetivos, lo cierto es que el hombre es la fuente de toda
valoración, pues en tanto sujeto axiológico es quien desea,
prefiere, capta o intuye el mundo del valor.

Asumir esta concepción antropológica y ética del valor
no significa negar la objetividad del mismo. Los valores, como
hemos visto, son tan subjetivos como objetivos. Sin duda,
valoramos porque deseamos, pero deseamos también lo que
es valioso, precisamente porque es valioso. En este sentido,
si el valor tiene dos polos, subjetivo y objetivo, su objetividad
habrá que buscarla en estos dos elementos implicados en toda
valoración, más concretamente, en el encuentro del hombre
con el mundo. Así, el valor se concibe como un hecho de relación,
pues constituye el punto de encuentro entre el hombre y su
mundo. Bajo esta concepción:
El “sujeto” del valor es el hombre asumido
en su ser mismo, en su naturaleza... Hay
ciertos rasgos distintivos de la naturaleza
humana, factores universales y permanentes
del ser-hombre, que son la fuente “antropológica”
del valor.
Esta perspectiva, desde la cual el hombre es
concebido como la fuente de todo valor, implica
admitir que éste posee una naturaleza que lo hace
ser constitutivamente un sujeto de valor, soporte
de toda valoración. Los rasgos distintivos de
esta naturaleza humana, a partir de los cuales
se justifica que es el hombre y nadie más que él quien pone e inventa los
valores, son los siguientes:
1. La necesidad esencial de valorar. Pueden cambiar todos los valores
en las diferentes épocas y sociedades, pero no cambia la valoración
misma, es decir, el hecho de que el hombre, en todo momento, es un
ser que prefiere, opta y actúa en un determinado sentido moral. “La
no indiferencia es definitoria del hombre y de ahí surgen los valores
mismos: bueno-malo, bello-feo, justo-injusto, mejor-peor”.
2. La naturaleza humana es naturaleza posible. El hombre no es algo
cerrado, cancelado y unívoco de una vez y para siempre, por lo mismo
es indeterminado, libre y elegible. Es un ser, donde quiera que
se encuentre, con posibilidad de elección. Ya decía Sartre: “Estamos
solos sin excusas... el hombre está condenado a ser libre”.
3. El hombre lleva en sus entrañas el signo de la contradicción. El ser
mismo del hombre consiste en vivir en la contradicción. Por eso se
dice que éste es el ser del valor, en el sentido de que es un ser múltiple,
ambivalente, positivo-negativo; vive en carne propia la ontología
de la contingencia, es decir, puede optar por los valores positivos o los
negativos, el bien o el mal, el amor o el desamor; es como es, pero
puede ser de otro modo.
La información esta bien pero creo que estaría mejor si agregaras una imagen para que se entienda mejor.
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